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domingo, 4 de febrero de 2018

Yemen: Un genocidio patrocinado por Occidente

Con la ayuda de Occidente, Arabia Saudí está comprometido en una guerra genocida contra el pueblo de Yemen

RICARDO VAZ




En octubre de 2016, fuerzas saudíes atacaron dos veces en un intervalo de unos pocos minutos a una funeraria de Saná, matando a más de 150 personas.
En octubre de 2016, fuerzas saudíes atacaron dos veces en un intervalo de unos pocos minutos a una funeraria de Saná, matando a más de 150 personas.

Han pasado casi tres años desde que Arabia Saudí anunció que estaba interviniendo militarmente, con sus aliados, en Yemen, para remover a los huzíes (oficialmente llamados Ansar Alah) del poder, después de que estos últimos se hubieran apoderado de la capital. Los analistas occidentales lo vieron como un paso audaz del príncipe heredero Mohamed Ben Salman, con el aplauso de los fabricantes de armas y de sus representantes políticos. Pero lo que había sido pronosticado como una rápida y breve operación militar se ha convertido en un humillante punto muerto. Incapaz de imponer su voluntad por la fuerza, Riad y su valeroso príncipe han recurrido a los crímenes de guerra y a los castigos colectivos, causando una catástrofe humanitaria.

La falta de interés mediático hace que parezca una crisis a cámara lenta. Pero eso solo se debe a que la indignación y la compasión están destinadas a convertirse en armas cuando pueden ser útiles para justificar las intervenciones imperialistas. Para el pueblo yemení la agonía es real y no hay escapatoria. En lo que ya era el país más pobre de la región, los bombardeos saudíes de infraestructuras y el bloqueo impuesto a los puertos yemeníes han dejado a millones de personas al borde del abismo.

Según las estimaciones de la ONU, 17 millones de yemeníes, más del 60 por ciento de la población, necesitan urgentemente alimentos. De estos, siete millones se enfrentan al hambre. La destrucción de infraestructuras ha dejado a 15 millones de personas sin acceso a cuidados médicos y ha generado un brote de cólera sin precedentes, con 900.000 casos y miles de muertos. 50.000 niños y niñas yemeníes han muerto en 2017 como consecuencia de enfermedades e inanición. No hace falta ninguna hipérbole, es un desastre humanitario que las palabras no pueden expresar. Desde luego, no es una catástrofe natural. No es algo que se permite que suceda, sino algo que se impone deliberadamente al pueblo yemení.

Indignación y responsabilidad occidentales

Cuando el ejército sirio avanzaba para retomar Alepo Oriental, una monumental campaña de relaciones públicas consiguió que personas que nunca antes se habían molestado en levantarse de sus sofás lo hicieran para gritar que la humanidad había perdido el norte. Es de esperar que algún día la gente se pregunte cómo grandes sectores de la sociedad occidental fueron manipulados e inducidos a defender una ciudad que estaba en manos de Al Qaeda.[1] Meses antes, fuimos bombardeados por los medios de comunicación sobre el asedio de Madaya, donde 40.000 personas estaban muriendo de hambre.[2] Sin embargo, ahora que todo un país está al borde de la hambruna, el silencio de los medios de comunicación es atronador.



Los bombardeos y el bloqueo de los puertos yemeníes por parte de los saudíes han creado una pesadilla humanitaria en Yemen, con millones de personas amenazadas por la hambruna.
Los bombardeos y el bloqueo de los puertos yemeníes por parte de los saudíes han creado una pesadilla humanitaria en Yemen, con millones de personas amenazadas por la hambruna.

Podemos expresar nuestro horror ante un hospital bombardeado en Siria. La cuestión aquí no es comparar tragedias y exigir niveles proporcionales de indignación. La cuestión es que Occidente es directamente responsable de la tragedia de Yemen. Compañías occidentales son las que suministran armas, asesores militares occidentales colaboran en los trabajos de inteligencia y de selección de objetivos, aviones estadounidenses reabastecen a los jets saudíes —y de la coalición— mientras llevan a cabo sus salvajes bombardeos en Yemen. La supuesta indignación no está relacionada con los derechos humanos, sino que es meramente un truco propagandístico de política exterior. Y la principal prioridad para Occidente debería ser poner fin a los crímenes que cometen, o instigan, sus propios gobiernos.

No tiene sentido invocar esta o aquella convención, porque todos los gobiernos y los fabricantes de armas occidentales alegarán que las armas que venden no son empleadas para cometer violaciones de los derechos humanos. Pero hay pruebas abrumadoras de que se están cometiendo crímenes de guerra a diestro y siniestro, incluyendo bombardeos de doble tap de hospitales, escuelas e incluso funerales, y nadie ha sugerido poner freno a este tren económico que son las ventas de armas. Las pruebas de los crímenes de guerra serán ignoradas o, como sugirió el ministro británico de asuntos exteriores Boris Johnson, dejadas a los propios saudíes… ¡para que investiguen!

Algunos medios de comunicación podrían incluso ser confundidos por la propaganda saudí. La cobertura mediática de Mohamed Ben Salman es celebrada por medios como THE GUARDIAN, por no hablar del inefable Thomas Friedman. Y las autoridades saudíes siempre pueden expresar sus posiciones a través de los medios occidentales. Un ejemplo recurrente es la aparición de una autoridad saudí negando que hayan llevado a cabo un ataque aéreo determinado y, acto seguido, los medios de comunicación occidentales se apresuran a hacerse eco de ello, sin recordar a sus lectores que nadie más están sobrevolando Yemen. Es como si unas bombas descarriadas vagaran por Yemen.

También la ONU ha eludido prácticamente sus responsabilidades. Su papel se ha reducido a pedir a Arabia Saudí que deje de bloquear los puertos de un país extranjero. El alto comisionado de la ONU para los derechos humanos, un títere occidental por excelencia, en su último informe menciona el horrible sufrimiento en Yemen. Pero mientras de los sospechosos habituales (Corea del Norte, Venezuela, Irán, etc.) se afirman todo tipo de hechos —reales, exagerados o inventados—, Arabia Saudí ni siquiera es mencionado como responsable de esta situación: tan solo hay algunas referencias a los “ataques aéreos de la coalición”.



El caricaturista brasileño Carlos Latuff vea así la guerra de Yemen.
El caricaturista brasileño Carlos Latuff vea así la guerra de Yemen.

¿A quién conviene esta guerra?

Las informaciones periodísticas ya no se preguntan de qué trata esta guerra y por qué continúa. La impunidad en el escenario global suele ir acompañada de la indiferencia de los medios de comunicación. Para empezar, más allá del lucrativo comercio de armas, se trata de dejar que los saudíes hagan lo que quieran. Para seguir con billones de dólares revoloteando sobre importantes planes saudíes de privatizaciones en marcha, como el de Saudi Aramco: dejar que millones de prescindibles víctimas mueran en Yemen parece un pequeño precio a pagar. El príncipe heredero saudí puede tener un berrinche, lanzar una mortífera guerra, matar a millones en el proceso y salir impune porque está sentado sobre una enorme pila de dinero.

La idea de que “Irán está detrás” no es muy convincente para cualquiera que pueda ver un mapa. Puesto que los saudíes y los aliados locales controlan el golfo de Adén, los supuestos barcos iraníes cargados con armas no pueden hacer la ruta hasta el norte de Yemen y Saná. Lo mismo vale para el espacio aéreo, que está totalmente controlado por los saudíes. Por consiguiente, aunque Teherán puede haber logrado enviar cierto apoyo y asesores, resulta ridículo considerar que los huzíes están controlados o, incluso, apoyados por Irán. Pero como suele ser el caso, los ogros tienden a tener propiedades fantásticas.

A comienzos de la guerra, oímos a menudo que se trataba de restaurar el gobierno legítimo y democráticamente elegido de Yemen. Multitud de periodistas escribieron que el reino reaccionario de Arabia Saudí estaba lanzando una guerra para restaurar la democracia, sin darse cuenta de que algo funcionaba mal en ese relato. Sus artículos solían decir que Yemen estaba saliendo de décadas de dictadura. El dictador, Alí Abdulah Saleh, había gobernado Yemen con puño de hierro y había sido un aliado útil de Arabia Saudí y EEUU, que ha enviado drones a bombardear todo lo que se encontraba cerca de un teléfono móvil que alguna vez perteneció a un presunto sospechoso de terrorismo.[3]



El presidente legítimo de Yemen, Mansur Hadi y el príncipe heredero saudí Mohamed Ben Salman.
El “presidente legítimo” de Yemen, Mansur Hadi y el príncipe heredero saudí Mohamed Ben Salman.

Cuando las protestas masivas que comenzaron en 2011 forzaron la renuncia de Saleh, Washington y Riad se apresuraron a salvar la situación. Al final, consiguieron que todas las partes, incluyendo a los huzíes, acordaran una transición política. Como parte del plan, se celebraron unas elecciones en las que solo hubo un candidato, Abdrabuh Mansur Hadi. Así que él es el presidente legítimo al que hay que devolver el poder, pero los medios de comunicación nunca mencionan que había sido vicedictador durante 20 años. Unas elecciones con un único candidato y, voilà, ya tenemos a los medios occidentales hablando de democracia.

Lo que los medios también olvidan decir es que el mandato de Hadi debía terminar a finales de 2014 y que fue solo después de que no cumpliera con las medidas políticas y económicas prometidas que los huzíes tomaron el poder. Ahora, después de casi tres años de guerra saudí que ha sembrado la muerte y la miseria en Yemen, en el nombre del propio pueblo yemení, ¿quién se atreve a referirse a Hadi como el presidente internacionalmente reconocido? ¿Cuánto vale ese reconocimiento? Y para añadir sal a la herida, parece que Hadi está bajo arresto domiciliario.

La última apuesta de los saudíes ha consistido en hacer que su antiguo amigo Saleh se volviera contra los huzíes.[4] Dada la larga historia de opresión del dictador Saleh y el hecho de que hubo levantamientos armados previos, esta alianza tenía que ser forzosamente frágil. Saleh pensó que había una posibilidad para que, con la cobertura aérea saudí, se restaurara la sumisión normal al vecino del norte. Pero la jugada fracasó, Saleh terminó muerto y, según las informaciones, los huzíes recuperaron el control total de la capital, Saná. Si no hubiera sido así, la rehabilitación mediática de Saleh, como el hombre que restauró la democracia yemení, estaría ya en pleno apogeo.



Manifestación masiva en Saná contra los bombardeos saudíes en agosto de 2016.
Manifestación masiva en Saná contra los bombardeos saudíes en agosto de 2016.

En resumen, un supuesto rey, con un temperamento explosivo y un gran arsenal, ha iniciado una guerra que está resultando interminable porque Arabia Saudí, con su muy débil legitimidad, no puede tolerar a un vecino insubordinado. Pero hace falta más que armas, si bien los saudíes tienen muchas, para subyugar a un pueblo. Solo aquellos que son demasiado miopes o demasiado ansiosos por ver la mano iraní en todo son incapaces de reconocer que los huzíes no son solo un movimiento yemení con un gran apoyo popular, sino que también han demostrado ser un poderoso adversario en su terreno de juego.

Los saudíes no pueden ganar esta guerra, pero tampoco hay un final a la vista. Eso sí, están dispuestos a matar o dejar morir a millones de yemeníes porque pueden hacerlo impunemente. Y sus patrocinadores occidentales también se alegran de que este genocidio siga adelante. Porque aunque podría causar algunos problemas de relaciones públicas, es, tanto a corto como a largo plazo, un gran negocio y, a fin de cuentas, eso es lo que siempre ha buscado la política exterior de Occidente.

NOTAS

  1. Pese a todas las proclamas de que Occidente está comprometido en la lucha contra el terrorismo, con Arabia Saudí con su principal aliado (lo creas o no), la realidad sobre el terreno cuenta una historia diferente. Las tropas dirigidas por los saudíes se han mostrado dispuestas a cooperar secretamente con Al Qaeda, e incluso a luchar codo con codo con la banda, en el campo de batalla. El terrorismo puede ser una amenaza y, más normalmente, un activo para promover los intereses occidentales.  ↩
  2. Haría falta escribir otro texto, pero Eva Bartlett ha visitado estos lugares después de que fueran retomados por el ejército sirio y encontró que los locales cuentan una historia que difiere de forma significativa de la narrativa dominante, según la cual los civiles fueron sometidos a un bloqueo por las fuerzas del régimen y los rebeldes moderados resistieron valerosamente.  ↩
  3. Los servicios de inteligencia de EEUU rastrean sus objetivos a partir de las señales de sus teléfonos móviles. Si hay otras personas cerca o el móvil está en manos de otra persona, cabe esperar un alto número de bajas civiles. Y esto sin entrar en la cuestión de que los servicios de inteligencia estadounidenses deciden en secreto quién va a morir o quién va a vivir a miles de kilómetros de distancia.  ↩
  4. Merece la pena mencionar que tanto Saleh como los huzíes proceden de la rama (chií) zaidí del islam. Demasiado para la afirmación orientalista de que estos profundamente arraigados agravios económicos y políticos son la causa última de la disputa por la sucesión del profeta Mahoma…  ↩
Publicado en Yemen: a western-sponsored genocide | Investig’Action, 7 de diciembre de 2017

Traducción: Javier Villate (@bouleusis)

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