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lunes, 5 de febrero de 2018

Cómo pensar (y cómo avanzar hacia) el socialismo

Cómo pensar (y cómo avanzar hacia) el socialismo

No hay una ruptura revolucionaria a la vista, pero podemos superar el capitalismo

El Bolchevique, 1920. Boris Kustodiec

Erik Olin Wright

El ensayo de Dylan Riley, “An Anticapitalism That Can Win”, plantea dos grupos de críticas de mi libro Envisioning Real Utopia y de mi artículo “How To Be an Anticapitalist Today”, publicado por Jacobin.[1] El primero se refiere a mi concepción del socialismo como una alternativa al capitalismo; el segundo aborda las estrategias de transformación social necesarias para superar el capitalismo.

Creo que, en realidad, no estamos tan lejos en nuestra comprensión del socialismo como él parece pensar, pero tenemos diferencias fundamentales en nuestra comprensión de cómo llegar a él.

Ecología económica

Riley es muy crítico con mi propuesta de reformular el concepto de socialismo. Describiré brevemente mi argumento y luego responderé a las críticas de Riley.

En Envisioning Real Utopias, argumento que hay tres tipos diferentes de poder en todas las estructuras económicas: el poder económico, basado en el control de los recursos económicos; el poder estatal, basado en el control de las tomas de decisiones y en su posterior aplicación en el territorio, y el poder social, que defino como un poder enraizado en la capacidad para movilizar a la gente en acciones colectivas cooperativas y voluntarias.

A continuación, podemos distinguir diferentes clases de estructuras económicas sobre la base de cuál de estas tres formas de poder es más importante a la hora de determinar el control del proceso de producción y la extracción y uso del excedente social generado en dicho proceso de producción. Más en concreto, en estos términos el capitalismo se distingue de dos alternativas poscapitalistas:

  • Capitalismo es una estructura económica en la cual los medios de producción son propiedad privada y la asignación y empleo de los recursos para diferentes fines sociales es llevado a cabo mediante el ejercicio del poder económico. Las inversiones y el control de la producción son el resultado del ejercicio del poder económico por parte de los propietarios de capital.

  • Estatismo es una estructura económica en la que los medios de producción son propiedad del estado y la asignación y empleo de los recursos para diferentes fines sociales es llevado a cabo mediante el ejercicio del poder del estado. Los funcionarios del estado controlan el proceso de inversiones y la producción a través de algún tipo de mecanismo administrativo-estatal.

  • Socialismo es una estructura económica en la cual los medios de producción son propiedad social y la asignación y uso de los recursos para los diferentes propósitos sociales es efectuada mediante el ejercicio del “poder social”.

Esto es parecido a definir el socialismo como una democracia económica generalizada. Democracia significa “gobierno del pueblo”, pero esto no debe ser interpretado como “gobierno de una agregación atomizada de individuos separados entre sí”. Significa, más bien, gobierno del pueblo organizado colectivamente en asociaciones (partidos, comunidades, sindicatos, etc.). Es un gobierno mediante el ejercicio del poder social.

Estas definiciones de capitalismo, estatismo y socialismo son tipos ideales. En el mundo, las economías reales son formas complejas de combinación de estas relaciones de poder. Son ecosistemas de estructuras económicas que varían en función de las diferentes formas en que interactúan y se entremezclan estas clases de poder.

Decir que una economía es “capitalista” es, por tanto, una abreviatura de una expresión más engorrosa, tal como “ecosistema económico que combina relaciones de poder capitalistas, estatistas y socialistas en el que las relaciones capitalistas son las dominantes”.

La idea de las economías como ecosistemas dominados por relaciones particulares de producción puede ser utilizada para describir cualquier unidad de análisis: empresas, sectores, economías regionales, economías nacionales e incluso la economía global. Además, estas relaciones de poder se interpenetran en el seno de las unidades individuales de producción, de forma que las empresas particulares pueden ser híbridos que operan en el ecosistema económico que les rodea.

Una vez más, dentro de esta complejidad, podemos hablar de economía “capitalista” cuando la forma de poder propia del capitalismo (el poder económico) es la dominante en el sistema económico general. Por ejemplo, en todas las economías capitalistas, el poder estatal organiza directamente importantes formas de producción de bienes y servicios. Pero la economía sigue siendo capitalista en la medida en que este ejercicio del poder del estado en la economía está subordinado al ejercicio capitalista del poder económico.

Hay todo tipo de mecanismos incluidos en el estado capitalista que tratan, con mayor o menor éxito, de sostener esta clase de subordinación. Así, aunque las economías capitalistas contienen formas de relaciones económicas estatistas, el sistema económico sigue siendo capitalista. Si estos mecanismos capitalistas de subordinación del poder estatal resultan debilitados debido a algún proceso, entonces la economía podría adquirir un carácter cada vez más estatista.

Con esta comprensión de las estructuras económicas, la posibilidad del socialismo depende de la capacidad para ampliar y profundizar el componente socialista dentro del ecosistema económico general y debilitar los componentes capitalista y estatista.

Esto significaría que en una economía socialista, el ejercicio del poder económico y del poder del estado estarían efectivamente subordinados al poder social. Es decir, el estado y la economía estarían democratizados. Esta es la razón por la que el socialismo es lo mismo que democratización radical de la sociedad.

Riley está de acuerdo con la idea de que el socialismo implica una democratización radical de la economía y del estado, pero rechaza mi formulación de esta idea en términos de poder social dentro de economías capitalistas. Escribe:

Los capitalistas y los terratenientes en particular han sido históricamente muy eficientes en la utilización del poder social. Hay muchos ejemplos de empresas y negocios agrícolas que cooperan para compartir tecnología, controlar la producción y los precios, establecer relaciones a largo plazo con los proveedores, presionar al gobierno para que favorezca sus intereses o excluir a los trabajadores políticamente indeseables.

Por lo tanto, es importante destacar que la importancia del poder social para el socialismo depende de la clase social que detente ese poder. Sin ese tipo de especificación, hay pocas razones para creer que la extensión del poder social puede conducir por sí misma al socialismo o hacer que la sociedad avance en dirección al socialismo […]

Existe un problema adicional con el concepto de empoderamiento social de Wright. El poder asociativo no es necesariamente una fuente de poder independiente, sino que puede ser producido y condicionado por el poder económico. Los capitalistas pueden convertir fácilmente sus recursos en poder asociativo.

La crítica de Riley refleja un malentendido de mi argumento. Riley tiene toda la razón al decir que la mera existencia de poder social no supone la emergencia de relaciones socialistas. Cuando la asociación voluntaria y la acción colectiva reflejan el ejercicio del poder de la clase capitalista, esta es una configuración capitalista, como son los ejemplos que Riley cita de las empresas que cooperan para diversos fines.

Pero mi argumento en Envisioning Real Utopias no es que el poder social como tal sea lo característico del socialismo, sino que lo característico del socialismo es el predominio del poder social en la determinación del uso de los recursos económicos y de la distribución del excedente.

Decir que el poder social democrático predomina sobre el poder económico y el poder del estado significa que la capacidad de acción colectiva de los trabajadores y otras fuerzas sociales populares es la forma dominante de poder en la economía. Esta es una tesis sobre las relaciones de clase, pues describe las relaciones de poder en el seno de las relaciones de producción.

Si esto sucede en el nivel macro, podemos decir que la economía es socialista. Cuando ocurre en el interior de organizaciones o espacios económicos concretos, entonces decimos que esas organizaciones y espacios tienen un carácter socialista, aunque existan en el seno de un sistema económico que sigue estando dominado por las relaciones capitalistas.

Esta forma de entender la complejidad de las estructuras económicas tiene una base histórica. La mayoría de los marxistas reconoce que las formas protocapitalistas de actividad económica emergieron en el interior de sociedades que eran todavía feudales.

El desarrollo lento y prolongado en las sociedades feudales de estas prácticas protocapitalistas hacia formas capitalistas plenas es una parte central del análisis de la transición del feudalismo al capitalismo como formas dominantes de organización económica.

El hecho de que el surgimiento de relaciones protocapitalistas dentro del feudalismo ayudara a las elites feudales a resolver varios problemas no implica que estas nuevas relaciones no fueran importantes precursoras del capitalismo; simplemente, ayuda a explicar algunas de las condiciones que ayudaron a estabilizar estas nuevas relaciones y posibilitaron que arraigaran y se desarrollaran.

Lo que es menos conocido es la idea de que las relaciones socialistas de producción pueden emerger como una característica destacada de la estructura económica de las economías capitalistas. ¿Qué significa esto concretamente? ¿Qué ejemplos hay de relaciones socialistas de producción dentro del capitalismo? He aquí algunos ejemplos:

  • cooperativas de trabajadores en las que los medios de producción son propiedad de los trabajadores y la producción es organizada mediante mecanismos democráticos;
  • economía social y solidaria en la que la producción está orientada a la satisfacción de las necesidades y la gobernanza está organizada en una variedad de formas democráticas y cuasi-democráticas;
  • mancomunidades en las que parcelas de tierra o suelo son retiradas del mercado, su uso queda especificado en las condiciones de su constitución y la mancomunidad es gobernada por un consejo basado en la comunidad;
  • producción colaborativa (P2P) de valores de uso, como es el caso de Wikipedia y del sistema operativo Linux, y
  • producción estatal de bienes públicos en la medida en que el estado esté democráticamente subordinado al poder social. Esto abarca una amplia gama de bienes y servicios: servicios asistenciales (atención sanitaria, cuidado de los mayores, cuidado de personas con discapacidades, servicios públicos para eventos y procesos de la comunidad), cosas como centros cívicos o comunitarios, parques e instalaciones recreativas, teatros, galerías de arte, museos, la educación en todos sus niveles (incluyendo la educación permanente de adultos, centros de aprendizaje y de capacitación y reciclaje), infraestructuras físicas convencionales y un amplio abanico de servicios públicos.

Todos estos ejemplos incorporan, de alguna forma, algunos aspectos de relaciones socialistas de producción en la medida en que formas democráticas de poder social juegan un papel importante en la organización de las actividades económicas. Pero, evidentemente, estos ejemplos también toman a menudo una forma híbrida, en la que algunas características de las relaciones capitalistas también están presentes.

Por ejemplo, las cooperativas de trabajadores tienen frecuentemente algunos empleados que no son miembros de las mismas. Las corporaciones capitalistas pueden pagar a algunos de sus empleados para que participen en métodos de producción colaborativa P2P: así, Google paga a algunos de sus ingenieros de software para que contribuyan al desarrollo de Linux, a pesar de que este es un sistema operativo de código abierto.

Las empresas de economía social y solidaria reciben a veces donaciones de fundaciones privadas y filántropos, cuyos recursos proceden de inversiones capitalistas. La provisión estatal de bienes públicos es a menudo modelada por el poder capitalista.

La articulación de elementos capitalistas, estatistas y socialistas en este complejo conjunto de formas sociales es heteróclita, ambigua y contradictoria.

No obstante, todos los ejemplos anteriores constituyen formas de organizar las actividades económicas en las que el poder social democrático juega algún papel. Y en la medida en que ese es el caso, podemos describir esas formas como socialistas o protosocialistas dentro de un sistema que sigue estando dominado por el capitalismo.

Riley rechaza la estrategia de “transformar las sociedades, en tanto que totalidades articuladas, en estructuras híbridas que combinan elementos de socialismo, capitalismo y estatismo”. Y añade despectivamente que “desde este punto de vista, hasta EEUU sería ‘parcialmente socialista’”.

Y tiene razón. En mi opinión, EEUU es “parcialmente socialista” en el sentido de que ya contiene un conjunto relevante de diversas formas económicas que encajarían cómodamente en una economía socialista.

La pregunta, entonces, es si es posible o no construir una estrategia de avance hacia el socialismo en torno a la tarea de ampliar y profundizar estos elementos socialistas dentro del capitalismo.

Lógica estratégica de la transformación

La concepción general de los sistemas económicos esbozada más arriba tiene implicaciones en la forma en que pensamos sobre la transformación social. En particular, contempla la posibilidad de que puedan desarrollarse alternativas en el mundo actual, tal como es, y que ese desarrollo, con el tiempo, pueda erosionar el dominio del capitalismo.

En mi anterior artículo de Jacobin, diferencié cuatro lógicas estratégicas: destrucción, domesticación, escape y erosión del capitalismo. No es necesario aquí repasar los detalles de las mismas. La estrategia de la destrucción se corresponde con la idea clásica de revolución; las de domesticación y erosión se corresponden con la idea de transformación a través de un proceso más gradual de reforma y metamorfosis.

Rechazo la plausibilidad de la ruptura y apoya la posibilidad de transformar el capitalismo mediante su domesticación y erosión. Riley es muy crítico con esta conclusión y argumenta que una ruptura revolucionaria es la condición necesaria para que estas estrategias más incrementales tengan una perspectiva real de factibilidad. Escribe:

Las intuiciones políticas de Wright son, evidentemente, muy radicales, pero sus recomendaciones estratégicas son lamentablemente inadecuadas. El problema básico es que Wright no nos dice nada sobre cuál es la tarea central de una estrategia viable de avance hacia el socialismo: destruir el poder político y económico atrincherado de la clase capitalista. Sin una estrategia plausible para, al menos, debilitar el poder de los propietarios privados de los medios de producción, no está claro cómo puede establecerse un ingreso básico generoso o alguna de sus otras utopías reales.

[…]

La estrategia de erosión del capitalismo requiere una ruptura política previa, una confrontación decisiva con el estado capitalista. Para hacer realidad una utopía real de Wright, parece necesario un enfoque que esté más informado por la estrategia militar que por la biología.

Riley desdeña especialmente toda variedad de socialdemocracia y es, por tanto, muy crítico con la atención que presto a explorar la posibilidad de domesticar el capitalismo (descrito como una “transformación simbiótica≠ en mi libro):

La concepción estratégica de Wright se ve empañada por una irritante orientación socialdemócrata que le aleja de un compromiso real con la tradición socialista revolucionaria.

Esto es más evidente en las discusiones sobre las transformaciones rupturistas y simbióticas en su libro sobre las utopías reales. La mayor parte del breve capítulo sobre las transformaciones rupturistas es una crítica basada en la premisa de que es poco probable que respondan a los intereses materiales de la mayoría de la población. Por el contrario, el largo y comprensivo capítulo sobre las transformaciones simbióticas dedica exactamente un párrafo a las críticas a la socialdemocracia.

Esta distribución de la atención es sorprendente, porque las transformaciones rupturistas son los únicos ejemplos de transiciones exitosas a sociedades no-capitalistas, aunque hayan sido autoritarias. Por el contrario, la socialdemocracia y el anarquismo son, desde la perspectiva del avance hacia el socialismo, experiencias claramente fracasadas.

Riley tiene razón al decir que las revoluciones del siglo XX “son los únicos ejemplos de transiciones exitosas a sociedades no-capitalistas”, pero esto representa a duras penas un apoyo a las estrategias rupturistas, al menos si se acepta que el resultado de estos intentos fue un estatismo autoritario más que una alternativa emancipadora al capitalismo.

Mi argumento no es que las rupturas como tales no sean posibles, sino que la evidencia sugiere que las rupturas a nivel del sistema no crean condiciones favorables para construir el socialismo, entendido como una alternativa democrática, igualitaria y solidaria al capitalismo.

Defiendo dos argumentos sobre la falta de plausibilidad de las estrategias rupturistas, especialmente en las sociedades capitalistas avanzadas y complejas.

En primer lugar, argumento que si un partido socialista revolucionario alcanzara el poder y lanzara una ruptura a nivel del sistema como punto de partida para la construcción del socialismo, esto generaría una larga transición en la que los niveles de vida de la mayoría de la gente empeorarían de forma importante. Aunque supusiéramos que la ruptura ocurriría en un contexto de declive económico a largo plazo, esto conllevaría grandes privaciones de los trabajadores.

En condiciones democráticas (libertad de expresión y de asociación con elecciones abiertas y competitivas, etc.) no es plausible creer que la coalición política que liderara la transición permanecería intacta a lo largo de varios ciclos electorales, en un contexto de profunda crisis económica y privaciones generalizadas.

Si hubiera elecciones, el resultado sería que el partido revolucionario que liderara la ruptura sería derrotado y la transición, revertida.

En segundo lugar, si en estas condiciones los socialistas se negaran a abandonar el poder y optaran por una solución antidemocrática en la que la oposición sería reprimida, entonces sería factible una transición desde el capitalismo, pero el destino no sería el socialismo tal como aquí lo entendemos.

Dado el nivel de desorden social y de conflicto que se desencadenarían en estas condiciones, la coerción por parte del estado no consistiría simplemente en medidas de emergencia a corto plazo, sino que sería institucionalizada como un estatismo básicamente autoritario.

Este ha sido, sin duda, el resultado de los intentos de rupturas revolucionarias anticapitalistas del siglo pasado. La sugerencia de Riley de una “estrategia militar“ es la forma apropiada de pensar que la lucha por superar el capitalismo es una receta para la autodestrucción de las aspiraciones socialistas.

Pero, ¿qué hay que decir de la afirmación de Riley de que “la socialdemocracia y el anarquismo son, desde la perspectiva del avance hacia el socialismo, experiencias claramente fracasadas”? Ciertamente, la socialdemocracia del siglo XX nunca alcanzó el “socialismo”, en el sentido de crear un sistema económico en el que las relaciones socialistas fueran las dominantes.

Pero en términos de domesticar el capitalismo con el fin de que sea posible tener un mayor espacio para las relaciones socialistas dentro de las economías capitalistas, la socialdemocracia logró éxitos importantes, al menos durante un tiempo: la reducción radical de los riesgos a los que se enfrentaban los trabajadores en el mercado de trabajo gracias a la desmercantilización parcial del trabajo; la provisión de una amplia gama de bienes y servicios públicos que constituyeron una parte importante del nivel de vida y mejoraron la calidad de vida; medidas modestas de empoderamiento social del trabajador en el seno de las compañías capitalistas a través de los sindicatos, comités de empresas y otros mecanismos, y la consecución de un bajo nivel de desigualdad de ingresos en la economía en su conjunto.

Ciertamente, el capitalismo siguió siendo hegemónico. Todos estos desarrollos tuvieron lugar dentro de los límites impuestos por el control capitalista de las inversiones.

Pero esto no significa que fueran fracasos desde el punto de vista socialista: en su apogeo, la socialdemocracia del norte de Europa gobernó un capitalismo menos capitalista, un capitalismo con una tendencia más robusta —aunque todavía subordinada— de socialismo.

El hecho de que, finalmente, este desarrollo fuera interrumpido y, de alguna forma, revertido no niega su existencia.

El problema del estado capitalista

Aunque se acepte mi argumento de que los sistemas económicos capitalistas deben ser tratados como ecosistemas heterogéneos dominados por el capitalismo y no como totalidades, y de que las organizaciones y los procesos económicos socialistas pueden existir en el seno de un sistema dominado por el capitalismo, todavía subsiste el problema planteado por Riley, a saber, la existencia de un estado capitalista que garantiza que estos elementos nunca puedan llegar a actuar como “especies invasoras” capaces de erosionar la hegemonía del capitalismo.

Riley escribe:

La inauguración del socialismo no se parecerá a la introducción de una especie invasora, por la simple razón de que las economías capitalistas, a diferencia de los ecosistemas, están respaldadas por instituciones políticas que están diseñadas específicamente para eliminar esas especies tan pronto como empiecen a amenazar el sistema.

La cuestión central de una ruptura sería, entonces, la transformación del estado capitalista de tal forma que se convirtiera en un instrumento adecuado para facilitar la construcción de relaciones económicas alternativas.

No comparto esa visión. Aunque las estructuras del estado capitalista no sean adecuadas para facilitar la expansión de organizaciones socialistas, sí se ven afectadas por contradicciones internas que pueden imposibilitar el bloqueo de aquellos desarrollos.

En particular, existe una tensión crónica en los estados capitalistas entre los imperativos de la acción estatal a corto plazo para estabilizar el capitalismo y las consecuencias dinámicas a largo plazo de esas acciones.

Estas inconsistencias temporales pueden convertirse en contradicciones por las que el estado capitalista toleraría, y quizá alentaría, prácticas económicas basadas en el poder social en la medida en que, de esa forma, podrían resolverse problemas inmediatos, aunque pudieran tener consecuencias a largo plazo negativas para la hegemonía del capitalismo.

Podemos encontrar ejemplos históricos de esta posibilidad en la historia del feudalismo y también en la experiencia de la socialdemocracia del siglo XX. El estado feudal facilitó el capitalismo mercantil a pesar de que, a largo plazo, eso resultó corrosivo para las relaciones feudales. El capitalismo mercantil ayudó a resolver problemas inmediatos de la clase feudal dominante, y esto era lo que importaba.

Así mismo, a mediados del siglo XX, el estado capitalista facilitó el crecimiento de un sector público dinámico y de una regulación estatal del capitalismo asociada con la socialdemocracia. Esta ayudó a resolver una serie de problemas que existían en el seno del capitalismo —con otras palabras, ayudó a la reproducción del capitalismo— mientras, al mismo tiempo, ampliaba el espacio de varios elementos socialistas en el ecosistema económico.

El hecho de que este conjunto de intervenciones estatales contribuyeran a la estabilidad del capitalismo de mediados del siglo XX es considerado, a veces, como indicio de que no había nada anticapitalista en esas políticas y que no podían erosionar de ninguna forma el capitalismo.

Eso es un error. Es completamente posible que una forma de intervención estatal ayude en lo inmediato a resolver problemas del capitalismo, e incluso a fortalecerlo, y, no obstante, poner en movimiento dinámicas que tengan el potencial de erosionar la hegemonía del capitalismo.

Es precisamente esta característica de las políticas socialdemócratas lo que condujo, eventualmente, a los ataques del neoliberalismo contra ellas. Los capitalistas llegaron a ver el intervencionismo estatal como la creación de condiciones progresivamente subóptimas para la acumulación de capital.

Podemos interpretar el éxito temporal de la socialdemocracia y su posterior decadencia como una demostración de que las reformas que amenazan al capitalismo dentro del capitalismo mismo no son sostenibles. Al final, el estado capitalista cumple con su misión de proteger el capitalismo eliminando dichas amenazas.

De acuerdo con una interpretación alternativa, este campo de lucha y de posibilidades está mucho menos determinado. Después de todo, tras cuatro décadas de neoliberalismo, muchos de esos logros del estado de bienestar siguen en pie.

Perspectivas del siglo XXI

La cuestión en el siglo XXI es si este tipo de alteraciones temporales siguen siendo posibles dentro del estado capitalista. ¿Son posibles intervenciones estatales que, al tiempo que puedan resolver problemas apremiantes del capitalismo, tengan el potencial de expandir a largo plazo el espacio en el que puedan desarrollarse relaciones económicas democráticas e igualitarias?

Hay dos tendencias que nos permiten ser optimistas sobre las posibilidades de que algunos tipos de intervenciones estatales pueden promover la erosión a largo plazo de la hegemonía capitalista.

Primero, el calentamiento global es probable que marque el final del neoliberalismo. Incluso dejando de lado la cuestión de cómo mitigar el cambio climático mediante la conversión hacia una producción de energía libre de dióxido de carbono, las necesarias adaptaciones al calentamiento global requerirán una expansión masiva de bienes públicos proporcionados por el estado.

El mercado no va a construir muros para proteger Manhattan del avance del mar. La escala de los recursos necesarios para este tipo de intervenciones estatales podría llegar fácilmente a los niveles alcanzados en las dos grandes guerras del siglo XX.

Aun cuando las empresas capitalistas se beneficien enormemente de la producción de estas infraestructuras públicas —como se beneficiaron de la producción militar en los tiempos de guerra—, la financiación de esos proyectos requerirá de importantes aumentos de impuestos y de un esfuerzo ideológico para rehabilitar el papel de la intervención estatal en la provisión de bienes públicos.

Si estos esfuerzos tienen lugar dentro del marco de la democracia capitalista, entonces se abrirán más espacios para intervenciones estatales más amplias y socialmente dirigidas.

La segunda tendencia con la que tendrá que lidiar el estado capitalista es la relacionada con los efectos a largo plazo sobre el empleo que tendrán los cambios tecnológicos de la revolución de las comunicaciones. Ciertamente, toda nueva ola de cambio tecnológico suscita especulaciones sobre la destrucción de puestos de trabajo que, eventualmente, conducirá a un marginación generalizada y a un desempleo estructural permanente, pero en las olas anteriores el crecimiento económico creó suficientes empleos en sectores nuevos que contrarrestaron el desempleo previamente creado.

Las formas de automatización en la era digital, que están penetrando profundamente en el sector de los servicios, incluidos los de los servicios profesionales, hacen que sea menos probable que el crecimiento económico futuro proporcione suficientes oportunidades de trabajo a través del mercado capitalista.

La magnitud de este problema se agrava más aún debido a la globalización de la producción capitalista. A medida que avance la centuria, estos problemas empeorarán y no se resolverán por la acción espontánea de las fuerzas del mercado.

El resultado está siendo una creciente precariedad y marginación de una parte importante de la población. Incluso dejando de lado las consideraciones de justicia social, es probable que estos desarrollos generen inestabilidad social y costosos conflictos.

Estas dos tendencias plantean nuevos e importantes retos al estado capitalista: la necesidad de un aumento masivo de la provisión de bienes públicos para afrontar el cambio climático, por un lado, y la necesidad de nuevas políticas que hagan frente a la marginación económica causada por los cambios tecnológicos, por otro.

Este es el contexto en el que las movilizaciones y las luchas populares tienen algunas perspectivas de provocar nuevas formas de intervención estatal que puedan asegurar la expansión de formas de actividad económica más democráticas e igualitarias, coexistiendo con el capitalismo en el interior del ecosistema económico.

Seamos más concretos y consideremos el siguiente escenario: la necesidad de abordar las adaptaciones al cambio climático marca el final del neoliberalismo y de sus constricciones ideológicas. El estado se embarca en proyectos de obras públicas a gran escala y toma, además, un papel más activo en la planificación económica en torno a los sistemas de producción y distribución de energía con el fin de acelerar el abandono de la energía basada en el carbono.

En este contexto, una gama más amplia de funciones del estado vuelve a estar a la orden del día, incluyendo una amplia comprensión de la necesidad de bienes públicos y de la responsabilidad del estado en la creación de empleo para hacer frente a la creciente marginación y a las desigualdades económicas. Pero el pleno empleo a través del mercado de trabajo capitalista es algo cada vez más inverosímil.

Un enfoque para hacer frente a estos retos es la renta básica universal (RBU), una propuesta política que ya está generando importantes discusiones públicas.

La idea es sencilla: cada residente recibe una renta mensual sin condiciones, suficiente para vivir de forma decente pero sin lujos. Esto se financia con los impuestos y se paga a todos los residentes, independientemente de su situación económica.

Evidentemente, las personas con empleos bien pagados pagarían más impuestos que la RBU que recibirían, de forma que sus ingresos netos (sueldos + RBU - impuestos) se reducirían [como sucede en la actualidad, N. del T.]. Pero muchos contribuyentes netos experimentarían la RBU como un elemento estabilizador que reduciría los riesgos que existen en el mercado de trabajo.

Un ingreso básico es una forma posible de intervención estatal para responder a los difíciles retos a los que nos enfrentamos ante el declive de las oportunidades de empleo aceptables en los mercados capitalistas.

Desde el punto de vista de la reproducción del capitalismo, la RBU lograría tres cosas. Primero, mitigaría los peores efectos de las desigualdades y la pobreza generadas por la marginación y contribuiría, así, a la estabilidad social.

En segundo lugar, sustentaría un modelo diferente de trabajos generadores de ingresos: el autoempleo generaría ingresos discrecionales para la gente. La RBU facilitaría que el autoempleo, en todas sus formas y variedades, resultara atractivo para la gente, aunque los empleos creados no engendraran ingresos suficientes para vivir.

Podemos imaginar, por ejemplo, que habría más personas interesadas en trabajar como pequeños agricultores y jardineros comerciales si tuvieran una RBU que cubriera los gastos básicos de la vida diaria.

Y en tercer lugar, la RBU estabilizaría el mercado de bienes de consumo para la producción capitalista. Como sistema de producción, la producción automatizada de las compañías capitalistas se enfrenta inevitablemente al problema de no emplear a un número suficiente de trabajadores que son los que han de comprar las cosas que producen. La RBU facilita la existencia de una demanda ampliamente dispersa de bienes de consumo básicos.

Si una renta básica universal es una solución tan atractiva para los problemas con que se enfrenta el capitalismo, ¿cómo puede contribuir, también, a la erosión del capitalismo? Una característica central del capitalismo es lo que Marx denominó la doble separación de los trabajadores respecto a los medios de producción y a los medios de subsistencia. La RBU permite reunir a los trabajadores con los medios de subsistencia, aunque permanezcan separados de los medios de producción.

Una RBU financiada con los impuestos y proporcionada por el estado permitiría, así, que los trabajadores rechazaran algunos trabajos en empresas capitalistas y se comprometieran, en cambio, en todo tipo de actividades económicas no capitalistas, incluyendo las desarrolladas gracias al poder social.

Las cooperativas de trabajadores, por ejemplo, serían mucho más viables desde el punto de vista económico si sus miembros tuvieran una RBU garantizada independientemente del éxito comercial de la cooperativa.

La RBU también ayudaría a resolver problemas vinculados con el mercado de créditos, con los que se enfrentan, por ejemplo, las cooperativas de trabajadores, al hacer que los préstamos de capital a dichas cooperativas sean más atractivos para los bancos: estos préstamos serían menos arriesgados ya que los ingresos generados por la cooperativa no tendrían que cubrir los gastos básicos de los cooperativistas.

La RBU también favorecería el desarrollo de una economía solidaria, las artes escénicas no comerciales, el activismo comunitario y muchas actividades más. Una renta básica universal ampliaría el espacio para las relaciones económicas socialistas (generadas por el poder social) y sostenibles.

Irónicamente, los mismos desarrollos tecnológicos que crean el problema de la marginación pueden contribuir, también, a crear espacios más robustos para la expansión y profundización de actividades económicas organizadas de una forma más democrática, igualitaria y solidaria.

Una de las condiciones materiales de la producción que ayuda a afianzar el capitalismo es los rendimientos crecientes de la producción industrial a gran escala: cuando los costes unitarios de producir centenares de miles de productos son mucho más bajos que producir solamente uno, es difícil que los pequeños productores sean competitivos en el mercado.

El sello distintivo de la era industrial del desarrollo capitalista es la producción (y las inversiones) a gran escala. Las nuevas tecnologías del siglo XXI están reduciendo radicalmente las inversiones a gran escala, haciendo que la pequeña producción local sea más viable. Básicamente, la cantidad de capital necesario para comprar medios de producción suficientes para ser competitivo en el mercado está disminuyendo en el mundo digital.

Esto, a su vez, hará que las empresas de economía solidaria y las cooperativas de trabajadores sean más viables, ya que funcionan mejor en una escala relativamente pequeña orientada a los mercados locales. Las cambiantes fuerzas de producción expanden las posibilidades de las nuevas relaciones de producción.

Otras políticas del estado, muchas de las cuales pueden estar organizadas a nivel local, pueden estabilizar aún más un sector no capitalista dinámico. Uno de los obstáculos con que se encuentran muchas variedades de producción social es el acceso al espacio físico: suelo para jardines y granjas comunitarias, talleres de manufactura, oficinas y estudios de diseño, espacios de representación de artes escénicas, etcétera.

Estos espacios podrían ser proporcionados como servicios públicos por las administraciones locales interesadas en crear infraestructuras para estas formas más democráticas e igualitarias de actividad económica.

El suelo de propiedad comunitaria puede sostener una agricultura urbana. Financiados o subvencionados públicamente, espacios de fabricación y talleres de producciones digitales con impresoras 3D y otras tecnologías digitales pueden respaldar la producción física. Las instituciones educativas pueden proporcionar cursos de formación orientados hacia la gestión cooperativa y la producción social.

La combinación de una RBU que facilite la salida de la gente del sector capitalista de la economía, nuevas tecnologías que propicien el desarrollo de formas de producción no capitalistas y administraciones locales dispuestas a ofrecer mejores infraestructuras para estas iniciativas, significa que, con el tiempo, el sector de la economía organizada gracias al poder social podría desarrollarse y expandirse de formas todavía imprevistas.

Es importante subrayar que todo esto podría ocurrir en el seno de las sociedades capitalistas y, por tanto, estas formas de producción no capitalistas tendrían que encontrar maneras de sobrevivir dentro de una economía capitalista que seguiría siendo dominante. Un aspecto clave de esto es proporcionar, de una u otra forma, algunos beneficios positivos para el sector capitalista.

Muchos insumos del sector no capitalista serían producidos por las empresas capitalistas; los productores del sector no capitalista comprarían algunos bienes de consumo, tal vez la mayoría, a las empresas capitalistas, y la producción estatal de bienes públicos también conllevaría a menudo contratos con empresas capitalistas.

Incluso después de que se estabilizara esta nueva configuración, el estado seguiría supervisando una economía dentro de la cual el capitalismo seguiría siendo importante y, casi con toda seguridad, hegemónico. Pero esta hegemonía se reduciría en la medida en que las restricciones sobre las formas en que la gente se gana la vida fueran mucho más débiles y se abrieran nuevas posibilidades para que las luchas en curso extendieran el alcance del poder social dentro de la economía.

No hay, por supuesto, nada inevitable en este proceso. No existe ninguna garantía de que vaya a establecerse una renta básica universal o de que, si se estableciera, fuera acompañada de iniciativas estatales para crear infraestructuras de apoyo para la expansión de las formas democráticas y sociales de actividad económica.

Tampoco existe ninguna seguridad de que una renta básica universal fuera utilizada por sus beneficiarios para desarrollar estructuras económicas socialmente empoderadas. La RBU puede ser empleada simplemente para el consumo individual. Como argumenta Philippe van Parijs en su libro Libertad real para todos, la RBU redistribuye la “libertad real” entre la gente y, por tanto, hace posible la existencia tanto de personas ociosas de playa y sofá como de cooperativas de trabajadores y de una economía social.

El espectro de que haya quienes no trabajan y “explotan” a quienes trabajan es uno de los argumentos morales más poderosos contra la RBU y puede, ciertamente, bloquear los esfuerzos políticos para promover la RBU o, al menos, añadir condiciones indeseables para acogerse al programa.

Más aún, una renta básica universal suficientemente generosa y capaz de poner en movimiento la expansión dinámica de actividades económicas no capitalistas sería costosa, aunque de ninguna manera está fuera del alcance de la capacidad fiscal de los estados capitalistas, por lo que es probable que si se estableciera, estaría por debajo de lo que es necesario para tener una vida decente. Esto debilitaría el potencial de la RBU para tener efectos anticapitalistas a largo plazo.

Por estas razones, las perspectivas de erosión del capitalismo, apoyadas en la renta básica incondicional y otras intervenciones del estado capitalista, dependen de forma significativa de la movilización política y las luchas por el poder del estado; no pueden depender de la ilustración de las elites.

Si, como argumenta Riley, los límites de posibilidad inscritos en el carácter capitalista del estado son tan estrechos como para impedir acciones del estado que tengan el efecto de facilitar el crecimiento de esa clase de procesos económicos no-capitalistas, entonces esa movilización no podrá tener éxito nunca y las perspectivas de erosionar el capitalismo serán remotas.

Pero si es posible la discontinuidad entre la resolución de los problemas actuales y las consecuencias futuras, y si las fuerzas populares se movilizaran en torno a un programa de consolidación de espacios económicos alternativos, entonces sería posible una importante expansión de actividad económica construida sobre valores democráticos, igualitarios y solidarios.

Y esto, a su vez, podría sentar las bases de una trayectoria socialista más allá del capitalismo mediante la interacción de reformas desde arriba, que abran nuevos espacios para el poder social democrático, e iniciativas desde abajo para llenar esos espacios con nuevas actividades económicas.

Evidentemente, puedo estar equivocado. Soy un socialista comprometido y quiero una teoría de la sociedad que haga posible el socialismo. Podría resultar que los sistemas económicos no sean realmente como un ecosistema en el que el predominio del capitalismo pueda ser erosionado con el tiempo; y podría resultar que el estado capitalista no fuera internamente contradictorio de forma que no ofreciera oportunidades para reformas emancipadoras importantes. Una estrategia coherente para el socialismo podría, por tanto, no ser posible.

Sin embargo, dadas las limitaciones de nuestros actuales conocimientos sobre el funcionamiento de los sistemas sociales y dadas las grandes ambigüedades e incertidumbres sobre lo que nos depara el futuro, es una hipótesis de trabajo razonable pensar que es posible combinar el objetivo a largo plazo de superar el capitalismo con las luchas prácticas para crear nuevas posibilidades dentro de las limitaciones del mundo tal como es. La única forma de comprobar si esto es correcto o erróneo es intentar cambiar el mundo.

Erik Olin Wright es profesor de sociología de la Univesidad de Wisconsin en Madison y autor de varios libros. El último es Alternatives to Capitalism: Proposals for a Democratic Economy.

Fuente: How to Think About (And Win) Socialism, Jacobin, 27/04/2016

Traducción: Javier Villate (@bouleusis)


  1. Hay traducción al español en Viento Sur: http://www.vientosur.info/spip.php?article10888  ↩

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